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Origen de los apellidos🕒 Tiempo estimado: 4 minutos de lectura

Resulta que en la antigüedad, la gente solía presentarse por su nombre seguido de una descripción de sus características físicas o de su profesión y no de unos apellidos. Así que podías encontrarte con un «Juan el Alto» o un «Pedro el Panadero». Pero un día, un hombre llamado «Pablo el Perezoso» decidió que su apellido sería más fácil de recordar que su apodo. Y así, nació la idea de los apellidos.

Hace muchos siglos, la gente necesitaba algo más que un nombre para diferenciarse. Entonces, surgió la idea de los apellidos. Los apellidos se originaron en diferentes partes del mundo por diversas razones.

Las primeras personas en usar apellidos fueron los chinos. Algunas historias no confirmadas y perdidas sugieren que fue durante el Imperio Fushi (alrededor de 2852 antes de Cristo) que se promulgó el uso de apellidos. Era normal que los chinos de la época usaran tres nombres: el apellido que iba primero y siempre fue una de las 438 palabras del poema sagrado chino, el “Po-Chia-Hsing”. Luego vino el apellido, que también fue tomado de un poema de 30 caracteres adoptado por la familia de esa persona. En último lugar venía luego el nombre del individuo.

En los primeros días de la antigua Roma, solo se usaba un nombre de pila. Solo más tarde se volvió común usar tres nombres. Pero en esta cultura todo era diferente a la cultura china: El nombre propio venía primero y se llamaba “praenomen”. Luego venía el “nomen”, que por lo general derivaba del clan al que pertenecía esa persona. Finalmente, en tercer lugar, venía el apellido conocido como “cognomen”.

Aunque era raro, aún quedaban algunos romanos que tenían un cuarto nombre, el “agonomen”, que se usaba para celebrar actos ilustres o hechos memorables.

En Europa, por ejemplo, los apellidos se originaron por la necesidad de distinguir entre personas con el mismo nombre. Imagínense a un pueblo con 10 Juanes, ¡sería un caos! Por eso, a alguien se le ocurrió la idea de ponerle un apellido a cada persona. Pero esto no fue fácil, ya que los apellidos no eran algo que se podía elegir libremente. En muchos casos, el apellido se heredaba de la profesión de tu padre, como el apellido «Carpintero», que probablemente fue dado a alguien cuyo padre era carpintero. A menos que tu padre fuera un héroe o un noble, probablemente estarías condenado a llevar un apellido bastante aburrido.

En Europa, los apellidos solo comenzaron a usarse en la Edad Media. En el caso de la Península Ibérica, la mayoría de los apellidos se remontan a la reconquista del territorio, que estaba bajo dominio árabe. En aquella época, los reyes entregaban tierras y títulos nobiliarios a los guerreros y estos beneficiarios adoptaban un apellido que normalmente era el topónimo de sus nuevas propiedades.

Sin embargo, en algunos casos, las personas eran lo suficientemente sagazs como para elegir su propio apellido. Esto es lo que ocurrió con la familia más famosa de Italia: los Medici. El fundador de la familia, Giovanni de Medici, eligió el nombre debido a que su familia poseía una tienda de medicinas en Florencia.

En otros casos los apellidos estaban fuertemente ligados al nombre del padre. Así, el hijo de Fernando adoptó el apellido de Fernandez, el hijo de Pedro pasó a ser Pérez y así sucesivamente.

Pero a medida que pasaba el tiempo, las cosas cambiaron. La gente comenzó a elegir apellidos basados en su lugar de origen, su color de cabello, su personalidad e incluso por motivos religiosos. Algunos apellidos, como «Smith» en Inglaterra o «García» en España, se convirtieron en los más comunes.

Los apellidos suecos, por otro lado, reflejan el amor de la gente por la naturaleza, como se puede ver en apellidos como “berg” (montaña) y “blom” (flor).

En otras culturas, el uso de apellidos solo se dio en el siglo pasado, como, por ejemplo, en Turquía, donde fue una ley de 1935 la que determinó el permiso para adoptar apellidos hereditarios.

Desde entonces, hemos evolucionado de «Juan el Alto» a «García» o «Pérez», pero todavía hay algunos apodos graciosos que se han convertido en apellidos, como «Caballero» o «Pescador». Así, aún hoy, cuando conocemos el origen de los apellidos, podremos valorar de dónde desciende una determinada familia y para qué trabajaban o conocer algunas características de sus antepasados.

En la actualidad, los apellidos siguen siendo una parte importante de nuestra identidad. Aunque muchos nombres han sido cambiados, adaptados o incluso eliminados por la historia, nuestra identidad se mantiene viva gracias a nuestros apellidos. ¡Así que sigamos celebrando nuestros apellidos y sus peculiares historias!

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