Crimen y Castigo en el Imperio Azteca🕒 Tiempo estimado: 6 minutos de lectura
El Imperio Azteca, una de las civilizaciones más renombradas y poderosas de la América precolombina, se extendió entre los años 1300 y 1521, abarcando alrededor de 200.000 kilómetros cuadrados y gobernando 371 ciudades-estado en 38 provincias en su apogeo. Esto dio lugar a un conjunto diverso de ciudades-estado, cada una con sus propias costumbres, religiones y leyes.
En general, los emperadores aztecas permitían que las ciudades-estado gobernaran por sí mismas, siempre y cuando cumplieran con el tributo correspondiente. No obstante, a pesar de esta alianza descentralizada, compartían un Emperador común y una herencia común, lo que resultaba en leyes similares, aunque no idénticas, en todo el imperio. Como resultado, la jurisdicción variaba de una ciudad a otra.
Crímenes y castigos de los Aztecas
Dado el carácter nómada de los aztecas, no tenían un sistema penitenciario, lo que implicaba que el tratamiento del crimen y el castigo se desarrollaban de manera diferente. Esto llevaba a castigos severos, como la estrangulación y la quema, para los infractores.
La estructura de gobierno era altamente jerárquica. Encabezando la monarquía azteca estaba el líder conocido como «Huey Tlatoani», considerado un designado divino capaz de canalizar la voluntad de los dioses. El Cihuacóatl ocupaba el segundo puesto, encargado de la dirección diaria del gobierno. Bajo su liderazgo, trabajaban miles de funcionarios y servidores.
Los sacerdotes desempeñaban un papel importante, proporcionando orientación religiosa y aplicando la ley, mientras que los jueces supervisaban el sistema judicial y los líderes militares organizaban guerras, campañas y entrenamiento militar.
Curiosamente, en cuanto a las leyes, la religión tenía un papel menos relevante en comparación con otras áreas de la vida azteca, donde la practicidad prevalecía.
La mayoría de los delitos se resolvían a nivel local. Los acusados solían ser juzgados en tribunales locales, donde los jueces eran los guerreros de mayor rango de la zona. En casos más graves, como aquellos que involucraban a nobles, se llevaban a cabo juicios en la ciudad capital de Tenochtitlán en el tribunal de teccalco. En situaciones excepcionales, el propio Emperador actuaba como juez.
Dado que gran parte de la jurisdicción azteca sobre delitos y castigos se gestionaba de manera rápida y local, el sistema resultaba sorprendentemente eficiente, lo que era esencial en ausencia de un sistema penitenciario.
Los castigos eran severos para una variedad de delitos, como homicidio, perjurio, violación, aborto, robo en carreteras, difamación grave del carácter, brujería, incesto y traición, entre otros. La pena de muerte era común y se aplicaba con rigor. Por ejemplo, el robo a comerciantes, en templos, de armas o de más de 20 mazorcas de maíz, conllevaba la pena de muerte. Los pequeños hurtos generalmente requerían restitución, pero si el ladrón no podía pagar, se convertía en esclavo del agraviado.
El adulterio se castigaba con la muerte, tanto para la pareja culpable como para quienes conocían el delito y no lo denunciaban. Sin embargo, existía un doble rasero de género en el que los hombres solo eran castigados si mantenían relaciones con una mujer casada, mientras que las mujeres casadas eran consideradas culpables independientemente de las circunstancias del estado civil de sus amantes.
La embriaguez en público se castigaba con la muerte para los más jóvenes, aunque las personas mayores de 70 años podían consumir alcohol libremente sin consecuencias.
Severidad en los castigos
Los castigos en la sociedad azteca solían ser notoriamente severos, ya que carecían de prisiones y recurrían con frecuencia a la pena de muerte como castigo común. Un criminal condenado podía enfrentar diversas formas de ejecución, como ser llevado al altar del templo local para su ejecución, estrangulamiento o incluso ser apedreado inmediatamente después de recibir su sentencia.
Los nobles, en particular, enfrentaban castigos más duros, ya que se esperaba que dieran un ejemplo positivo. También se imponían castigos como la demolición de la casa o el afeitado de la cabeza, especialmente en casos de primera infracción o delitos menos graves.
Existían delitos que se consideraban menos graves y que se resolvían mediante compensación. Por ejemplo, si surgía una pelea, la persona que la iniciaba podía ser obligada a pagar los costos médicos. La esclavitud era un castigo común, y aunque menos común, el exilio también se aplicaba en algunas ocasiones.
Más adelante, en la ciudad-estado de Texcoco, bajo el liderazgo de Nezahualcóyotl (1402-1472), se desarrolló un sistema legal más elaborado y equitativo. Este sistema constaba de 80 leyes escritas que imponían castigos severos que se administraban públicamente, lo que contribuía a establecer un marco legal para el control social.
Aunque los niños menores de diez años se consideraban incapaces de cometer delitos, se esperaba que respetaran y obedecieran a sus padres. En caso de desobediencia, los padres podían llevar a sus hijos ante el tribunal, que tenía autoridad para imponer castigos como palizas, desheredación o incluso la muerte, especialmente si los niños agredían a sus padres. Los hijos de la nobleza, en particular, podían enfrentar la pena de muerte por ser irrespetuosos, cobardes o derrochadores.
Víctimas, esclavos y prisioneros de guerra
En cuanto a los prisioneros de guerra, los aztecas los trataban con crueldad. A menudo, se realizaban sacrificios rituales con los cautivos, lo que implicaba un elemento de castigo. Un método espantoso era cocinar lentamente al prisionero en una hoguera, arrojándolo dentro y fuera del fuego repetidamente hasta que estuviera casi muerto, momento en el que le extraían el corazón aún latente del pecho.
Otra forma de sacrificio era colocar al prisionero sobre una piedra de sacrificio, abrir su pecho con una hoja de obsidiana y extraer su corazón. Los guerreros capturados, sin embargo, recibían un trato más honorable y se les otorgaba una muerte similar a la de un soldado, como la lucha contra otro guerrero azteca o ser atados entre dos postes para ser fusilados por arqueros.
Las víctimas femeninas tenían una experiencia diferente y más curiosa, ya que se las trataba como diosas antes de ser decapitadas.