Proceso de Galileo Galilei contra la Santa Inquisición🕒 Tiempo estimado: 12 minutos de lectura
La historia del juicio a Galileo Galilei, que se extendió desde 1610 hasta su condena en 1633 por la Inquisición Católica Romana, narra un enfrentamiento entre el avance científico y el poder eclesiástico. La controversia comenzó con la publicación de «Sidereus Nuncius» por Galileo, donde reveló sus hallazgos telescópicos, incluidas las fases de Venus y las lunas de Júpiter, apoyando así el heliocentrismo propuesto por Copérnico. Este enfrentamiento con las doctrinas de la Iglesia, que adherían al geocentrismo de Ptolomeo, marcó el inicio de un largo conflicto.
Galileo, impulsado por sus observaciones, desafió las concepciones aristotélicas y ptolomeicas arraigadas en el seno de la Iglesia Católica. A pesar de la oposición, continuó con sus investigaciones, proponiendo teorías sobre las mareas y los cometas, que veía como evidencia del movimiento terrestre. Su «Diálogo sobre los dos principales sistemas del mundo» de 1632, donde defendía el heliocentrismo, aceleró la controversia y lo llevó al juicio de la Inquisición, que lo condenó por «herejía vehementemente sospechada», relegándolo a arresto domiciliario por el resto de su vida.
Este conflicto no solo expuso las tensiones entre la ciencia y la religión sino también el choque entre el viejo orden aristotélico-ptolomeico y la nueva ciencia empírica. Las observaciones de Galileo, especialmente las lunas de Júpiter, proporcionaron un microcosmos que replicaba el sistema solar copernicano, desafiando directamente el modelo geocéntrico. Aunque inicialmente enfrentó escepticismo y hostilidad, especialmente de los astrónomos jesuitas, la evidencia telescópica era irrefutable.
El caso de Galileo evidencia cómo, a pesar de las resistencias, la búsqueda de la verdad científica puede desafiar las creencias establecidas, provocando cambios fundamentales en nuestra comprensión del mundo. Su legado no solo reside en sus descubrimientos sino también en su valentía para defender sus convicciones frente a la adversidad, marcando un antes y un después en la historia de la ciencia y el pensamiento humano.
Controversias científicas y religiosas
Los geocentristas que aceptaron las observaciones de Galileo encontraron en el modelo geo-heliocéntrico de Tycho Brahe, propuesto décadas antes, una alternativa al sistema de Ptolomeo. Este modelo sugería que, aunque la Tierra se mantenía estática en el centro del universo, planetas como Venus orbitaban alrededor del Sol. Brahe defendía este sistema argumentando que, bajo el modelo copernicano, las estrellas deberían estar increíblemente más lejos, a una distancia que superaría en 700 veces la que separa al Sol de Saturno. Para que estas estrellas se vislumbraran del tamaño que aparentan desde la Tierra, tendrían que ser gigantescas, mucho más que el propio Sol.
En medio de estas controversias científicas, Galileo también se vio envuelto en una pugna con Christoph Scheiner, un jesuita, por la prioridad en el descubrimiento de las manchas solares. Esta disputa, que se extendió a lo largo de sus vidas, se tornó amarga, aunque ninguno de los dos fue realmente el primero en descubrir estas manchas, ya que los chinos las habían observado siglos antes.
Galileo también dedicó esfuerzos a debatir por qué algunos objetos flotan mientras otros se hunden, defendiendo las explicaciones de Arquímedes frente a las aristotélicas. Esta discusión no fue precisamente amistosa, y el tono directo, a veces sarcástico de Galileo, común en los debates académicos de la época, generó enemistades. Durante este período, un amigo de Galileo, el pintor Cigoli, le advirtió sobre un grupo de detractores, despectivamente llamados «la Liga de los Pombos», que buscaban problemas para él en cualquier frente, incluso intentando, sin éxito, que un sacerdote condenara sus ideas desde el púlpito. Sin embargo, tres años después, el sacerdote Tommaso Caccini sí lo haría.
En el ámbito católico previo al conflicto de Galileo con la Iglesia, la visión aristotélica geocéntrica era ampliamente aceptada, aunque las teorías de Copérnico ya se utilizaban para la reforma del calendario en 1582. Esta cosmovisión geocéntrica se alineaba con interpretaciones literales de ciertos pasajes bíblicos, mientras que el heliocentrismo de Copérnico se veía como contradictorio con estas interpretaciones y, por ende, con la teología dominante.
La primera acusación de heresía que Galileo enfrentó fue en 1613, cuando el filósofo y literato Cosimo Boscaglia argumentó ante Cosme II de Médici y su madre, Cristina de Lorena, que, aunque las observaciones telescópicas de Galileo eran correctas, la idea de la Tierra en movimiento contradecía las Escrituras. Galileo fue defendido en el acto por Benedetto Castelli, lo que llevó a Galileo a escribir una carta explicando cómo debían interpretarse las referencias bíblicas a fenómenos naturales, carta que luego expandiría en su famoso escrito a la Gran Duquesa Cristina.
Tommaso Caccini fue uno de los primeros en atacar públicamente a Galileo, basándose en un sermón que predicó en 1614. Esta acusación se intensificó cuando Niccolò Lorini y otros dominicanos presentaron una carta de Galileo ante la Inquisición, cuestionando su ortodoxia y acusándolo de contradecir los decretos del Concilio de Trento. A pesar de las advertencias de amigos y aliados, Galileo decidió ir a Roma para defender su caso, esperando limpiar su nombre de cualquier sospecha de heresía y convencer a la Iglesia de no suprimir las ideas heliocéntricas.
Roberto Belarmino
El cardenal Roberto Belarmino, destacado teólogo católico de su época, fue designado para evaluar la controversia surgida en torno a Galileo y sus detractores, especialmente en el caso de Paolo Antonio Foscarini, quien había intentado armonizar el copernicanismo con las Escrituras a través de su obra. Inicialmente, Belarmino no se mostró partidario de prohibir el libro de Copérnico, sugiriendo que, en todo caso, se podrían realizar ciertas ediciones para presentar la teoría heliocéntrica únicamente como un modelo matemático para explicar las observaciones sin afirmar su realidad física.
En una carta fechada el 12 de abril de 1615, dirigida a Foscarini pero también enviada a Galileo, Belarmino aconsejó prudencia, indicando que deberían considerar el heliocentrismo como una mera hipótesis y no como una realidad física. Argumentó que sostener lo contrario podría ser peligroso, no solo por contrariar a filósofos y teólogos, sino también por poner en duda la Fe al contradecir la Escritura. Aunque la cuestión no era intrínsecamente un asunto de fe, las referencias bíblicas eran consideradas verdaderas por emanar del Espíritu Santo. Belarmino subrayó que, en ausencia de pruebas irrefutables, debía prevalecer la interpretación tradicional de las Escrituras. Su razonamiento concluyó refutando una analogía de Foscarini sobre la Tierra en movimiento, comparándola con un barco, argumentando que, en este último caso, se sabe que la percepción del movimiento es errónea, algo que no sucedería al experimentar la Tierra como inmóvil.
La posición de Belarmino se centraba en que no había problema en tratar el heliocentrismo como una suposición para fines matemáticos, pero defendía que no se debía afirmar como una realidad física sin pruebas concluyentes. Esta postura puso a Galileo en una situación complicada, pues él consideraba que la evidencia favorecía al heliocentrismo.
Además de Belarmino, monseñor Francesco Ingoli entró en debate con Galileo, cuestionando el heliocentrismo desde perspectivas físicas, matemáticas y teológicas, lo que influyó en la posterior acción contra el copernicanismo. En 1616, la Inquisición consultó a teólogos expertos sobre el heliocentrismo, concluyendo que era «absurdo» y «formalmente herético» porque contradecía las Escrituras. Esta decisión llevó a que el Papa Paulo V ordenara a Belarmino advertir a Galileo que abandonara estas opiniones, bajo amenaza de acciones más severas si no obedecía.
Galileo aceptó las órdenes, más estrictas de lo esperado, y aunque se reunió con Belarmino y el Papa en términos aparentemente amistosos, circulaban rumores de que había sido obligado a retractarse. Para proteger su reputación, Galileo solicitó a Belarmino una carta aclaratoria, importante en su juicio de 1633, sobre si había sido ordenado a no «mantener ni defender» el copernicanismo o a no enseñarlo en absoluto.
Finalmente, la Iglesia no solo declaró el heliocentrismo como falso, sino que también prohibió libros que lo defendieran, incluidas las obras de Copérnico, Galileo y Kepler, marcando un momento decisivo en la relación entre la ciencia y la fe, y evidenciando el complejo equilibrio entre la evidencia científica y las doctrinas teológicas de la época.
Papa Urbano VIII y Discurso
En 1623, tras la muerte del Papa Gregorio XV, su sucesor, el Papa Urbano VIII, mostró un trato más favorable hacia Galileo, especialmente después de que este último viajara a Roma para felicitar al nuevo pontífice. El «Diálogo sobre los Dos Principales Sistemas del Mundo», publicado por Galileo en 1632, gozó de gran popularidad. Este obra presentaba un debate entre un defensor copernicano, Salviati; un erudito imparcial llamado Sagredo; y un aristotélico conservador, Simplicio, quien era retratado de manera poco halagadora, evidenciando una clara crítica a los argumentos geocéntricos. A través de un intercambio que ridiculizaba las posturas de Simplicio, Galileo defendía el sistema copernicano de manera inequívoca, aunque oficialmente afirmaba que el personaje de Simplicio no buscaba representar a ninguna figura en particular, a pesar de las sugerencias de que estaba inspirado en filósofos reales y de que el Papa Urbano VIII había pedido incluir sus propios argumentos en el libro, los cuales finalmente se atribuyeron a Simplicio. La reacción no se hizo esperar: pocos meses después de su publicación, el Papa prohibió la venta del libro y ordenó su revisión por una comisión especial.
La situación se complicó para Galileo cuando, tras la publicación de su «Diálogo», perdió muchos de sus defensores en Roma, llevándolo a ser juzgado por la Inquisición en 1633 bajo la acusación de heresía, por sostener la «falsa doctrina» del heliocentrismo, en contradicción con la prohibición de 1616. Galileo fue amenazado con tortura y finalmente encontrado «vehementemente sospechoso de herejía», siendo obligado a abjurar de sus opiniones. Aunque inicialmente se le condenó a prisión, esta pena fue conmutada por arresto domiciliario, bajo el cual vivió el resto de su vida. A pesar de la abjuración, circulan leyendas de que Galileo murmuró «eppur si muove» («y sin embargo, se mueve»), aunque no existen evidencias contemporáneas que confirmen esta afirmación.
Tras su juicio, Galileo se trasladó a Arcetri, cerca de Florencia, donde, a pesar de estar bajo arresto domiciliario, continuó trabajando en mecánica y publicó otro libro científico en Holanda. Su legado y posición dentro de la comunidad científica siguieron siendo temas de controversia, pero su influencia fue tal que en Arcetri se fundó la Accademia del Cimento, dedicada a la nueva ciencia experimental, marcando un paso hacia el Iluminismo. La figura de Galileo, cuestionada en vida por sus teorías, se convertiría con el tiempo en símbolo del conflicto entre la ciencia y la doctrina, y su obra en piedra angular para el avance del conocimiento científico.
Posición de la Iglesia moderna
En 1758, la Iglesia Católica eliminó la prohibición general de los libros que apoyaban el heliocentrismo de su Índice de Libros Prohibidos, sin abordar directamente las decisiones tomadas en el juicio contra Galileo de 1633 ni levantar la prohibición de las versiones no censuradas de obras como «De Revolutionibus» de Copérnico o el «Diálogo» de Galileo. Este asunto escaló en 1820 cuando el Mestre del Palacio Sagrado, Filippo Anfossi, se negó a autorizar un libro de Giuseppe Settele que presentaba el heliocentrismo como un hecho. Settele apeló al Papa Pío VII, lo que llevó a una revisión por parte de la Congregación del Índice y el Santo Oficio, y finalmente a la revocación de la decisión de Anfossi. Las obras de Copérnico y Galileo fueron omitidas del Índice en su siguiente edición de 1835.
En 1979, el Papa Juan Pablo II expresó su deseo de que se estudiara más a fondo el caso de Galileo, en busca de un reconocimiento leal de los errores cometidos por ambas partes. Sin embargo, la Comisión Pontificia de Estudios Interdisciplinarios establecida en 1981 no llegó a un consenso definitivo, y el discurso del Papa en 1992 cerrando el proyecto fue considerado vago y no cumplió con las expectativas previas.
En 1990, el cardenal Ratzinger (futuro Papa Benedicto XVI) citó el caso Galileo como un ejemplo de las dudas de la modernidad sobre sí misma en ciencia y tecnología. Citó a filósofos que argumentaban que el juicio de la Iglesia contra Galileo era racional y justo desde una perspectiva ética y social, aunque Ratzinger no expresó un acuerdo o desacuerdo directo con estas opiniones, sino que advirtió contra construir una apologética impulsiva sobre ellas.
En 1992, se informó que la Iglesia buscaba vindicar a Galileo, reconociendo su intuición como físico y su aporte al método experimental. El Papa Juan Pablo II señaló el error de los teólogos de la época al insistir en la centralidad de la Tierra, interpretando literalmente la Sagrada Escritura sin considerar el conocimiento físico.
En 2008, la protesta de estudiantes y profesores contra la visita planificada del Papa Benedicto XVI a la Universidad de Roma «La Sapienza» destacó las tensiones residuales. Los manifestantes se sintieron ofendidos por las opiniones previas del Papa sobre Galileo, lo que llevó a la cancelación de su visita. A pesar de la controversia, el texto completo de su discurso programado fue publicado posteriormente, y tanto el rector de La Sapienza como figuras públicas expresaron su apoyo al derecho del Papa a expresar sus opiniones. La situación subraya la complejidad del legado de Galileo y las reflexiones continuas sobre la relación entre la fe y la razón.